viernes, 2 de marzo de 2012

Dr. Miguel Ruiz LA MAESTRIA DEL AMOR‏


 

Los seres humanos utilizamos el miedo para domesticar a otros seres humanos;
cada vez que experimentamos una nueva injusticia, nuestro miedo aumenta. El sentido
de la injusticia es como un cuchillo que abre una herida en nuestro cuerpo emocional.
El veneno emocional se genera a partir de la reacción frente a lo que consideramos una
injusticia. Algunas heridas se curarán, pero otras se infectarán con más y más veneno.
Cuando estamos llenos de veneno emocional, sentimos la necesidad de liberarlo, y para
deshacernos de él, se lo enviamos a otra persona. ¿Y cómo lo hacemos? Pues captando
su atención.
Tomemos el ejemplo de una pareja corriente. Por la razón que sea, la mujer está
enfadada. Está llena de veneno emocional debido a una injusticia que tiene su origen
en el marido. Éste no se encuentra en casa, pero ella recuerda la injusticia y el veneno
aumenta en su interior. Cuando el marido llega, lo primero que ella quiere hacer es
captar su atención porque, cuando lo haga, podrá traspasarle a él todo el veneno y
entonces sentirse aliviada. Tan pronto le dice lo malo, estúpido o injusto que es, le
transfiere a su marido el veneno que acumulaba en su interior.
Habla y habla sin parar hasta que consigue captar su atención. Finalmente, él
reacciona y se enfurece, y entonces, ella se siente mejor. Sin embargo, ahora el veneno
recorre el cuerpo de él y siente la necesidad de desquitarse. Tiene que captar la atención
de ella a fin de librarse del veneno, pero ya no es sólo el veneno de ella: es el veneno de
ella más el veneno de él. Si observas esta interacción detenidamente, comprenderás que
lo que están haciendo es hurgar en sus respectivas heridas y jugar a ping-pong con el
veneno emocional. De este modo, el veneno seguirá aumentando sin parar hasta que,
algún día, uno de los dos estalle. Aun así, esta es la manera en que los seres humanos
nos relacionamos a menudo.
Al captar la atención, la energía va de una persona a otra. La atención es algo muy
poderoso en lamente del ser humano. De hecho, en todo el mundo las personas van
continuamente a la caza de la atención de los demás, y cuando la capturan, crean
canales de comunicación. Pero al igual que se transfiere el sueño y el poder, también se
transfiere el veneno emocional.
Normalmente, nos liberamos del veneno traspasándoselo a la persona que creemos
responsable de la injusticia, pero si esa persona es tan poderosa que no podemos
enviárselo, entonces lo lanzamos contra cualquier otra sin importarnos de quien se
trate. Por ejemplo a los niños, que no son capaces de defenderse de nosotros,
estableciendo así relaciones abusivas. De este modo, la gente que tiene poder abusa de
los que tienen menos, porque necesita deshacerse de su veneno emocional. Hay que
desprenderse del veneno, y por eso en ocasiones, no se tiene en cuenta la justicia; sólo
queremos deshacernos de él, queremos paz. Esa es la razón por la que los seres
humanos andan siempre detrás del poder, porque, cuanto más poderoso se es, más
fácil resulta descargar el veneno sobre los que no pueden defenderse.
Lo que sí es importante es cobrar conciencia de que tenemos este problema, ya
que cuando lo hacemos así, tenemos la oportunidad de sanar nuestro cuerpo y nuestra
mente emocional y de dejar de sufrir. Sin esa conciencia, no es posible hacer nada. Lo
único que nos queda es continuar sufriendo las consecuencias de nuestra interacción
con otros seres humanos, y no sólo eso, sino también sufrir a causa de la interacción
que mantenemos con nuestro propio yo, porque también nos tocamos nuestras
propias heridas con el único propósito de castigarnos.
En nuestra mente hay una parte, creada por nosotros, que siempre está juzgando.
El Juez juzga todo lo que hacemos, lo que no hacemos, lo que sentimos, lo que no
sentimos. Nos juzgamos a nosotros mismos de manera continua y juzgamos
incesantemente a los demás basándonos en nuestras creencias y en nuestro sentido de
la justicia y demás estén equivocados. Sentimos la necesidad de tener «razón» porque
intentamos proteger la imagen que queremos proyectar al exterior. Tenemos que
imponer nuestro modo de pensar, no sólo a otros seres humanos sino también a
nosotros mismos.
Cuando cobramos conciencia de todo esto, comprendemos con facilidad por qué
no funcionan las relaciones: con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros
amigos, con nuestra pareja e incluso con nosotros mismos. ¿Por qué no funciona la
relación que mantenemos con nosotros mismos? Porque estamos heridos y llenos de
todo ese veneno emocional que a duras penas somos capaces de manejar. Estamos
llenos de veneno porque hemos crecido con una imagen de perfección que no se
corresponde a la realidad, que no existe, y sentimos esa injusticia en nuestra mente.

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