
Es justamente ese radiante y terapéutico destello que nos llega del sol, el que posibilita en las plantas esa maravillosa síntesis de todas las vitaminas, minerales, proteínas,
aminoácidos, enzimas, azúcares, fitonutrientes, neurotransmisores y toda suerte de agentes portadores de salud y bienestar. En ese proceso interviene la apreciada y muy difundida clorofila, pigmento verde que actúa como intermediario entre el destello solar y la fotosíntesis creadora de sustancias nutritivas y protectoras. La energía fotónica le imprime a las frutas ese soplo vital que las hace tan saludables para el organismo humano y muy especialmente para su metabolismo energético.

Esa energía lumínica penetrando todo el día en el alma de cada especie frutal, constituye la principal fuente de bienestar para todos los seres vivos que se nutren con su pulpa. Es a través de la fotosíntesis que ese venero luminoso se convierte en distintas sustancias, todas ellas colmadas de matizados colores y bondadosas propiedades. Sin duda alguna la verde clorofila es la sustancia en la que más se patentiza esta transición de la energía lumínica en energía química, y tal vez por eso se encuentra tan diseminada a lo largo y ancho del planeta.

Evidentemente, el radiante mensaje solar ingresa a nuestro organismo por amable conducto de los alimentos naturales y en este caso de las frutas, hospederas incansables de esa energía que les llega en forma de biofotones o partículas lumínicas, portadoras de una carga vibracional que promueve la buena salud en todas las células de nuestro cuerpo.



Ese curioso biómetro fue perfeccionado posteriormente por el ingeniero A. Simoneton, quien al padecer de una severa tuberculosis, logró curarse sometiendo a medición muchos alimentos, para escoger y consumir entre ellos, solamente los que mostraban una vibración alta. Alfred Bovis también se propuso testar a muchas personas y, con base en la información acopiada, pudo establecer que el cuerpo logra sanarse cuando vibra en un rango de 6.500 a 8.000 U.B.


De igual manera pudo evidenciar que una persona enferma de cáncer, vibra entre 4.000 y 4.500 U.B. y una persona próxima a la muerte vibra sobre las 1.000 U.B. De este modo, las frecuencias consideradas altas son las que en su mayor parte se derivan de una adecuada asimilación de la energía fotónica y por consiguiente resultan asociadas con estados óptimos en la salud, en tanto que las frecuencias bajas son presagio de enfermedad y muerte. Asimismo pudo establecer que en estas frecuencias de baja oscilación es donde más se genera un ambiente ideal para el desarrollo de virus y bacterias indeseables.


Por causa de su dieta frugívora, las aves tienen muy desarrollada la glándula pineal y eso justamente es lo que hace la energía solar en los humanos, permitiéndoles avanzar hacia estados de supremo bienestar, así como hacia niveles superiores de conciencia,
circunstancia que cobra especial interés en nuestros días, pues actualmente atravesamos por un fenómeno de especial significación estelar, toda vez que nuestro sistema solar se apresta para ingresar a la galaxia, suceso que comenzará en diciembre del año 2012, y lo hará por una puerta muy especial: el gran anillo fotónico que en el espacio proyecta el padre de nuestro sol, es decir, el sol de la galaxia conocido con el nombre de Alción.

Esa es la gran noticia que hoy ocupa la atención de los terrícolas y por la cual se ha creado tanta expectativa en torno de los acontecimientos que acompañarán a esta transición hacia una nueva instancia de intensa radiación estelar. El ingreso de nuestro sistema solar a ese anillo fotónico, marcará el inicio a una nueva dimensión de la existencia, una nueva era de gran ascenso dentro de nuestro proceso evolutivo. Hoy sabemos que Alción es el rector de las pléyades, un conjunto de sistemas solares, dentro de los cuales el nuestro está próximo a ocupar el sétimo lugar, una vez se produzca el ingreso al anillo fotónico. También
sabemos que nuestro sol con todos sus planetas, abraza a su padre Alción, al circundarlo en una órbita que dura 26.000 años.

En razón al comportamiento cíclico del Universo, nuestro sistema solar repite su ingreso al anillo fotónico cada 11.000 años, siendo justamente este el tiempo que dura cada Era. La travesía por el anillo fotónico tiene una duración de 2.000 años, que al decir de muchos, estarán acompañados de una constante luminosidad.
Todo parece indicar que esa poderosa radiación a la que se verá sometido nuestro sistema solar, si bien es cierto que puede llegar a producir marcados cambios en la geografía y la meteorología de nuestro planeta, también parece que podría tener un efecto muy palmario en el ordenamiento del ADN que gobierna la vida en la Tierra y concomitantemente con ello, un cambio en toda la concepción de la existencia y de nuestros valores convencionales. Al parecer, todo en el ser humano se verá modificado en esta nueva etapa de nuestra evolución y seguramente nuestra tecnología actual ingresará a un estado de completa obsolescencia.
El hombre ya no será lo mismo, pues en esta nueva etapa evolutiva podrá evidenciar ostensibles cambios en su cuerpo, en sus emociones, en su comportamiento, en su capacidad mental y en su fortaleza espiritual. Así concluimos esta era de Piscis para ingresar a la nueva era de Acuario, con una porfiada expectativa de poder ascender hacia niveles superiores de integración con el universo. Por eso al sol no podemos mirarlo solamente como una masa de luz, energía y calor, sino que, más allá de eso, nuestra fulgurante estrella es todo un venero de conciencia cósmica y una intermediaria entre los hombres y el supremo artífice de todo lo creado.

Extraído del libro:
“Frutas milagrosas”
Autor: Mauricio Bernal Restrepo
Pág. 163 a 168
“Frutas milagrosas”
Autor: Mauricio Bernal Restrepo
Pág. 163 a 168
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