Ciertamente podríamos encontrar muchas respuestas o explicaciones a la pregunta del título. Desde las almas desorientadas que, al no tener conciencia exacta de que sus cuerpos perecederos han vuelto a la tierra de donde surgieron, vagan errantes por un espacio carente de luz buscando refugio en una nueva envoltura humana (dentro de la cual, aunque no les pertenezca, se sienten protegidas), hasta los entes malévolos y perniciosos que, negándose a aceptar el perdón y la clemencia de Dios, prefieren posesionarse de un cuerpo y una mente, a los cuales causan innumerables trastornos que pueden llegar hasta lo irreparable.
Estas almas llenas de malicia y perversión, de oscuros instintos y demoníacas intenciones, poseen el cuerpo de otra persona para sentirse vivos. Vivos, sí. Porque cuando el poseído o la poseída comen, trabajan, piensan, se divierten, hacen el amor o gozan de las cosas terrenas, el ser que se encuentra en su interior experimenta todas esas sensaciones como propias y, al mismo tiempo, puede controlar el estado mental y emocional de aquel de quien se ha posesionado.
Tenemos también el caso de las almas de varones que han dejado la existencia terrena en plena juventud y enferman u obsesionan a chicas jóvenes con la clara intención de aprovecharse sexualmente de ellas y, al mismo tiempo, si la posesión es completa, vivir dentro de esas muchachas incluso con mayor intensidad que en otros casos de posesas por entes o seres demoníacos. Estos seres -almas en pena o espíritus en tinieblas- que realizan tal tipo de agresiones originadas en un leit motiv sexual, tienen las mismas o muy similares características que los que la Iglesia Católica denomina espíritus íncubos o súcubos.
Algo que puede parecer increíble pero que sucede, especialmente a mujeres jóvenes que están poseídas por un espíritu, es que cuando ellas quedan embarazadas, el ente agresor puede atarse al ser que se está gestando y nacer con él. Al producirse el alumbramiento, ocurre que el alma legítima del neonato no puede desarrollar su propia mente por la perversa y malévola influencia del alma posesora.
Hemos visto muchos casos así en el transcurso de nuestra ya larga dedicación al exorcismo; casos de tiernos infantes (de ambos sexos, por igual) que sufren toda la vida la posesión por parte de un abuelo, un tío, un hermano, o cualquier alma en pena que anteriormente se hubiese posesionado de su madre.
Los casos más graves de posesión -poco frecuentes, gracias a Dios, pero que también se producen- son aquellos en los que ocurre el siguiente fenómeno: que el alma del posesor acabe echando fuera del cuerpo el verdadero espíritu del poseído junto con su mente y auténtica personalidad; esta situación es la que los psiquiatras definen con el nombre-diagnóstico de «ausencias».
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