A menudo solemos pensar que lo que nos sucede no tiene nada que ver con nosotros, que los acontecimientos externos son los responsables de nuestras emociones e incluso de nuestras desgracias. Hemos aprendido que venimos a sufrir, que tenemos que esforzarnos por conseguir las cosas que necesitamos para cubrir necesidades básicas, como el alimento o el cobijo.
De pequeños nos enseñan que debemos portarnos bien para agradar a los adultos, para ser “un niño bueno”, porque si no nos castigan; y nos premian cuando hacemos lo que se espera de nosotros. Crece así en nuestro interior la creencia de que el amor es condicionado. Tenemos que agradar al otro para que nos quiera. No somos lo suficientemente buenos si nos dejamos llevar por lo que sentimos o decimos lo que pensamos; si somos, simplemente, nosotros mismos.
Acostumbrados a ocultar la verdadera personalidad nos resulta fácil amoldarnos a los deseos del otro cuando iniciamos una relación romántica. Pero la verdadera personalidad, la verdad de cada uno, continúa latente en el interior y se expresa, reclama su lugar, protesta. Es así como se inicia la lucha interior entre lo que soy y lo que creo que debo ser para ganarme el amor del otro.
Las falsas creencias dominan nuestra mente y nos llevan a pensar en cosas como:
Si me quisieras harías eso por mí.
No soy lo suficientemente bueno para ella.
No puedo decirle lo que de verdad pienso, porque se enfadará.
Esas afirmaciones repetidas a menudo activan, sin que nos demos cuenta, la Ley de la Atracción en nuestra contra.
Según la Ley de la Atracción todo lo que vibra en frecuencias semejantes es atraído lo uno hacia lo otro de manera irremediable. Pues bien, los pensamientos son energía. Las emociones, también. Ambos emiten frecuencias que pueden ser de alta o de baja vibración en función de su talante.
Vibra bajo todo lo que se basa en el miedo, la tristeza, la rabia, la culpa o la duda. Vibra alto lo que surge de la serenidad, el equilibrio interior, la confianza, el amor o la alegría.
Si constantemente emitimos pensamientos de desolación estaremos atrayendo a nuestras vidas exactamente eso. Además, se da la circunstancia de que lo que pensamos genera lo que sentimos y esto, a su vez, lo retroalimenta, con lo que nos encontramos atrapados en un círculo vicioso de bajas vibraciones.
Es lo que sucede con las canciones que, invariablemente hoy en día, suenan por todas partes. Radio, Televisión, Internet, altavoces de centros comerciales, películas de cine, entre otros, emiten sin cesar mensajes musicales que nosotros, llevados por el amor a la música, acabamos cantando repetidas veces.
No puedo vivir sin ti.
Me muero por tus besos.
Mi vida se ha acabado.
Sin ti no soy nada.
Son ejemplos de las palabras que pronunciamos a menudo sin ser conscientes del efecto que generan en nuestra energía.
La palabra es un gran instrumento creador, al igual que lo son los pensamientos y los actos, porque también es energía. Y, al ser pronunciada, crea doblemente.
Cuando pronunciamos una palabra la estamos pensando, con lo que ponemos en acción, al unísono, dos de nuestras tres fuerzas creadoras. La emoción no tardará en acompañarlas. Pronto sentiremos en el pecho, en el estómago o en cualquier otra parte de nuestro organismo los efectos de lo que estamos afirmando.
Cuanto más canto que mi vida ya no tiene sentido, que me falta el aire si no te veo o que no soy capaz de superarlo, más triste e inútil me siento. Me vuelvo pequeño, el abatimiento se apodera de mí, se me agotan las fuerzas; y lo único que quiero es echarme a llorar o esconderme del mundo.
¿Y qué me devuelve el mundo en esas ocasiones? Más experiencias de desolación, porque eso es lo que activo con mis vibraciones. Lo que emito lo atraigo hacia mí irremediablemente.
¿Por qué no le damos la vuelta a esta dinámica y empezamos a cantar cosas como me siento vivo, soy capaz o saldré adelante?
¿Qué generaría en nuestro interior empezar a proclamar que creo en mí, que yo puedo y que confío en mí mismo?
¿Cómo afectaría a la vibración de esas palabras el unirlas a la hermosa vibración de la música?
Es cierto que existen músicas que adormecen y músicas que elevan. Músicas que expanden el ánimo y otras con las que decae. Somos nosotros quienes debemos decidir cuáles de ellas escuchamos, permitiendo que sus frecuencias sutiles nos influyan. Somos perfectamente capaces de diferenciar el efecto que nos causan si prestamos atención a lo que sentimos al oírlas.
Podemos elegir qué escuchar. Podemos decidir que ya no cantaremos más afirmaciones que nos hacen daño. Porque daño es lo que algunas canciones causan en nuestra mente, en nuestras emociones y en nuestra energía, convirtiéndonos en enemigos de nosotros mismos.
No puedo ser mi amigo si constantemente afirmo y canto que no soy capaz de salir adelante sin el otro. Por supuesto que lo soy. Me tengo a mí mismo.
Tengo mi luz, la sabiduría de mi alma, la confianza en mí y las fuerzas creadoras que me permitirán atraer a mi vida todo lo que de verdad necesito, lo que deseo desde el corazón y lo que, sin duda, merezco.
Puedo crear con el pensamiento, con la palabra, con los actos. A partir de ellos puedo generar en mí emociones de alta vibración que llenen mi vida de alegría, paz y amor.
La satisfacción personal que siempre he anhelado se encuentra al alcance de mi mano. La llave está en mi interior.
Ananda Sananda
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