Hay una frase en idioma lakota: "Metakioasin". Quiere decir: "Todos estamos interrelacionados." Se pronuncia en diversos momentos de las ceremonias de medicina que hoy vuelven a celebrarse en distintos puntos de nuestro continente, a la usanza de nuestros antepasados. Aurelio Díaz Tepancalli es uno de los líderes indígenas herederos de la sabiduría y las tradiciones antiguas del norte de nuestro continente, y desde principios de los años 90 ha recorrido diversos países no solo de América sino también de Europa enseñando los rituales conservados por su pueblo desde hace centurias, buscando hombres y mujeres interesados en volver a sentarse en un círculo frente al fuego para recuperar la memoria de algunas de las formas de la espiritualidad nativa americana.
Compartiendo con él algunas ceremonias realizadas en el año 1999 en un lugar de la sierra sur de los Andes ecuatorianos, pude escuchar de sus labios una explicación más detallada del Metakioasin, especie de "mantra" que ocupa un lugar destacado tanto en el ceremonial como en la concepción misma que sobre la vida ha heredado de sus antepasados. Para Tepancalli, Metakioasin es una fórmula muy amplia, ya que su sentido literal ("todos estamos interrelacionados"), no es ni mucho menos el único en que se utiliza. Quiere decir también, por ejemplo: "todos somos parientes", pues todas las criaturas somos hijos de un mismo padre (el Sol) y de una misma madre (la Tierra).
Por eso, Metakioasin se usa también para significar: "todos somos hermanos". Pero como el lakota reconoce la esencia espiritual del universo en que habitamos, dice también en ocasiones: "todos somos Uno", pues el Espíritu lo cubre todo, y a todos. "A veces cuando nos reunimos para comer peyote en nuestros círculos de sanación - me decía Tepancalli en aquella ocasión - la medicina nos brinda la visión de esta interconexión absoluta y sagrada de todos los seres. Quien la ha contemplado, puede haber visto el universo como una gigantesca telaraña de haces luminosos que penetran e interrelacionan todo lo que existe".
Alce Negro, uno de los más renombrados jefes de la tradición sioux, que vivió hasta la tercera década del siglo XX, tiene también enseñanzas a este respecto:
"Debemos comprender que todas las cosas son obra del Gran Espíritu. Debemos saber que El está en todas las cosas: en los árboles, las hierbas, los ríos, las montañas, y todos los cuadrúpedos y los pueblos alados; y, lo que es aún más importante, debemos comprender que El está también más allá de todas estas cosas y de todos estos seres. Cuando hayamos comprendido todo esto profundamente en nuestros corazones, temerosos, amaremos y conoceremos al Gran Espíritu..."
Audrey J. Butt, un antropólogo estudioso de las tradiciones de los kapón - pemón de Venezuela, afirma que para estos pueblos "todas las vidas son una", y lo que cambia, aquello en que reconocen diferencias en los seres vivos, es tan solo la infinita variedad de sus encarnaciones. Señala también que los actos de invocación a los espíritus de la naturaleza que realizan los kapón - pemón en sus ceremonias, "reafirman la suposición de una unidad y poder de comunicación a través de todas las partes del universo y cada contacto ritualizado reactualiza el hecho de la interdependencia y de la comunión. La naturaleza es así en último término una parte integral de la sociedad al igual que ésta lo es de la naturaleza."
En la esencia del vínculo profundo de los antiguos pobladores de diversas partes de América con la Tierra, podemos detectar una manera específica de percibir, una conciencia: toda la vida está inseparablemente interrelacionada. "Los mundos material y espiritual - señala Burger a este respecto - se entrelazan en estas concepciones formando un tejido en el que todos los seres vivos comparten un significado sagrado".
Lo importante del reconocimiento de esta interrelación, de esta concepción que reconoce la identidadespiritual de todos los seres, es que además se convierte en el pilar de una ética sencilla pero muy efectiva que regula eficientemente el comportamiento de quienes se comprometen con esta creencia. Al asumir al otro como "sí mismo", al romper la separación ilusoria que aparece cuando la percepción está concentrada solo en el mundo físico, el ser humano poco a poco entiende la importancia de estar atento a todas sus relaciones, y va surgiendo una cierta cautela, un cuidado natural hacia todos los seres, pues empieza a estar presente la conciencia de que aquello que le hago a lo otros, de algún modo me lo hago a mí mismo, y viceversa.
Los dadores de la vida
He mencionado ya el respeto y la reverencia que las tradiciones antiguas de América mantenían hacia los 4 elementos fundamentales: la Tierra, el Agua, el Fuego y el Aire. Este respeto estaba basado en una consideración fundamental: nuestros antepasados estaban conscientes de la estrecha relación y dependencia que guarda la vida del hombre con estos 4 elementos. Para explicármelo de una manera sencilla, Popocateptl, un joven chamán con quien comparto una vieja amistad desde principios de los años 90, me contaba cierto día: "para nuestros abuelos indios, había sólo 4 cosas a los que ellos se permitían aplicar el calificativo de "necesarias": la tierra, el fuego, el aire y el agua.
Quita uno solo de esos 4 elementos y la vida misma del ser humano deja de ser posible. Ahí tienes una razón sencilla por la que es importante guardar el inmenso respeto que guardamos para con estos 4 abuelos: ellos son los dadores de la vida, la vida proviene de ellos y nosotros simplemente - como nuestros viejos - hemos aprendido a agradecer constantemente ese regalo".
Son cuatro elementos, y el cuatro, como advierte Germán Rodríguez, representa la constitución material de nuestro universo, pues la materia (mater = madre) está formada por 4 elementos.
Tenemos en primer lugar a la Tierra, que es lo que confiere solidez, lo que da estabilidad, endurece y aísla, tanto en la dimensión de lo físico, lo psíquico y también en lo espiritual. A semejanza de la Tierra, las madres (humanas y animales) poseen la capacidad de convertir su propio cuerpo en alimento para sus hijos. En la tierra yacen los huesos y la carne de nuestros antepasados, y como estamos hechos de Tierra, nuestros antepasados viven también en nosotros. "En el vientre paciente y fructífero de nuestra Madre, la Tierra, se esconden los embriones de plantas y hombres", dice Ohiyesa. Y la tierra es, además, legítima dadora de conocimiento, pues - como todos los demás elementos - "ha estado aquí mucho antes del aparecimiento del alma humana, y como es más vieja, posee una experiencia mucho mayor que la del hombre".
En segundo lugar está el Agua, que tiene el poder de unir, amalgamar y también el de disolver. Que enseña fluidez y también adaptabilidad, es decir, la capacidad plástica de tomar cualquier forma . El Agua que nos enseña a ser transparentes, que es símbolo de vida y generación, que limpia y purifica. Todavía hoy en día, muchas ceremonias indígenas en nuestro continente, empiezan con un lavatorio ritual. Benito Vidal, en sus Historias Mágicas de los indios de Norteamérica, describe una bella tradición piel roja donde se puede apreciar la vital presencia de este elemento para estos pueblos:
"Todos los días, el indio piel roja descendía a las riberas del río que generalmente estaba muy cerca de su poblado o campamento. En él se purificaba bañándose, acto con que higienizaba tanto su cuerpo como su alma. Después, una vez cumplido este rito socio religioso, quedaba en paz, en silencio, apartado del bullicio de la tribu, en éxtasis y meditando. Normalmente acudía sólo al río. Y si le acompañaba alguno de su clan o de su propia familia, o su propia esposa, jamás debían llegar juntos a las aguas, porque cada alma debía permanecer sola en su comunión matinal con el sol y la tierra, perfumada y regenerada el alma por el gran silencio de la noche."
Está en tercer lugar el Aire, que es lo que expande, difunde y relaciona. Está presente en el aliento del hombre y del animal, ese aliento por el cual - relatan muchas de las tradiciones religiosas de la Tierra - el Creador infunde vida en sus criaturas. El Aire es, por tanto, señal inequívoca de la presencia de la vida en el hombre, y cuando la vida lo abandona, se extingue también la presencia del Aire, del aliento. Además, el Aire es el vehículo de la luz.
Y finalmente está el Fuego, lo que dinamiza, transforma y libera. "El fuego que está siempre relacionado con el concepto de purificación, energía primaria, vida, calor, civilización (en el sentido más amplio de Conocimiento Superior)".
El Fuego que es el Sol mismo y que preside desde el centro muchos de los círculos ceremoniales y rituales nocturnos de nuestros pueblos. El Fuego que, como me lo dejaba ver en cierta ocasión el taita Marco Vásquez, un chamán que vive en uno de los valles aledaños a Quito, "tiene el poder de reunir una familia, porque tú enciendes un fuego , y enseguida el fuego convoca a tus amigos". Acampábamos en aquella ocasión en un cerro cercano a una de las ciudades del sur del Ecuador más de cien hombres y mujeres venidos de todo el continente para volver a recordar uno de los rituales más bellos y conmovedores de nuestras tierras de América: una danza del sol lakota. Había un fuego encendido en el círculo de ceremonias del campamento y a alguien se le ocurrió difundir el rumor de que no era conveniente prender ningún otro fuego adicional. Pero por la noche, un par de traviesos niños, ignorantes de las formalidades rituales, encendieron un fuego para calentarse a un costado del campamento.
Una hora más tarde, había alrededor de ese fuego infantil más de dos docenas de hombres y mujeres, muchos de ellos entablando amistad por primera vez, calentándose un café en la hoguera, compartiendo sus historias y sus bromas. Mientras esta "familia" se había reunido espontánea y mágicamente alrededor de este fuego de los niños, en el fuego central del círculo ceremonial, un hombre solitario nos observaba desde lo lejos: era el hombre que quería un solo fuego en el campamento.
Es interesante anotar que los 4 elementos, están presentes (bajo distintas apariencias) en muchas tradiciones, que aún cuando no son específicamente originarias de nuestro continente, se han asentado por vía de las corrientes migratorias. Este es, por ejemplo, el caso de los santeros cubanos, herederos de las tradiciones negras venidas con los esclavos africanos, algunas de cuyas deidades contienen, en sus poderes, los de los 4 elementos que venimos mencionando. Así, en el panteón de los dioses de la negritud, tenemos por ejemplo a Oggún, dios del hierro y la tierra, una de cuyas virtudes es la creatividad; están también Obatalá (dios del aire) y Yemayá (dios del mar), y finalmente el poderoso Changó, dios del trueno y el rayo, que simboliza la verdad, la claridad y la justicia, principios todos relacionados en múltiples culturas con el Sol.
LA INTERRELACION ESPIRITUAL DE TODOS LOS SERES Y ELEMENTOS
"En nuestra herencia, nuestros Abuelos dicen: "IN LAKESH A LAKE", Tú eres yo, yo soy tú. Nosotros miramos al Gran Espíritu y decimos: Tú eres yo, yo soy tú. De esa manera vemos el Misterio, de esta manera nos vemos a nosotros mismos"
AURELIO DIAZ TEPANCALLI
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