7. El Temor
La resistencia; energía y atención
París, 13 de abril de 1969
La mayoría de nosotros está atrapada en hábitos físicos y psicológicos. Algunos somos conscientes de ellos y otros no. Si nos damos cuenta de esos hábitos, ¿es posible entonces terminar con un hábito en particular instantáneamente y no arrastrarlo por muchos meses y años? Si nos damos cuenta de determinado hábito, ¿es posible que terminemos con él sin lucha alguna y que cese instantáneamente el hábito de fumar, la sacudida singular de la cabeza, la sonrisa habitual o cualquiera de los distintos hábitos peculiares que tenemos? ¿Es posible darse cuenta del parloteo interminable sobre naderías, de la inquietud de la mente; puede uno hacerlo sin resistencia o control alguno, de modo que cese fácilmente sin esfuerzo, de inmediato? En eso hay varias cosas involucradas: primero, la comprensión de que la lucha contra algo como un hábito en particular, desarrolla una forma de resistencia contra ese hábito; y uno aprende que la resistencia, en cualquier forma, engendra más conflicto. Si resistimos un hábito, tratamos de reprimirlo y luchamos contra él, malgastamos en la lucha por controlarlo la misma energía necesaria para comprenderlo. En eso está envuelta una segunda cosa: damos por supuesto que el tiempo es necesario y que cualquier hábito en particular tiene que acabarse lentamente, tiene que ser suprimido poco a poco.
Estamos acostumbrados por un lado a la idea de que la única manera de librarnos de un hábito es mediante la resistencia y el desarrollo de un hábito opuesto y, por otro lado, a la idea de que sólo podemos hacerlo gradualmente a través de un período de tiempo. Pero si examinamos el asunto, vemos que cualquier forma de resistencia engendra más conflicto, y también que el tiempo, el tomar muchos días, semanas, años, no termina realmente con el hábito. Y preguntamos si es posible poner fin a un hábito sin resistencia y sin tiempo, inmediatamente.
Para liberarnos del temor lo que se requiere no es la resistencia durante un período de tiempo sino la energía que pueda hacer frente a este hábito y disolverlo inmediatamente: eso es atención. La atención es la misma esencia de toda energía. Poner atención significa entregar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra total energía física al acto de atender, y con esa energía afrontar o darse cuenta del hábito en particular; entonces verán que el hábito ha perdido su apoyo y desaparece instantáneamente.
Uno puede pensar que sus diversos hábitos carecen de especial importancia; si uno los tiene, ¡qué importa! O bien encuentra excusas para sus hábitos. Pero si uno pudiera establecer la cualidad de atención en la mente, una vez que la mente captara el hecho -la verdad de que la energía es atención y que la atención es necesaria para disolver cualquier hábito determinado-, entonces al darse cuenta de un hábito o tradición en particular, uno vería que éste cesa completamente.
Tenemos un modo habitual de hablar, o nos complacemos charlando interminablemente sobre naderías, pero si nos volvemos sensiblemente alertas, atentos, entonces disponemos de una energía extraordinaria, energía que no es engendrada por la resistencia, como lo son la mayor parte de las energías. Esta energía de la atención es libertad. Si comprendemos esto real y profundamente, no como teoría sino como un hecho verdadero que hemos experimentado, un hecho que hemos visto y del cual nos hemos dado cuenta totalmente, entonces podemos proceder a inquirir en la total naturaleza y estructura del miedo. Y debemos tener en mente cuando hablamos de esta cuestión más bien complicada, que la comunicación verbal entre ustedes y el que les habla se torna bastante difícil; y que si uno no escucha con suficiente cuidado y atención, la comunicación no es posible. Si ustedes piensan en una cosa y el orador habla de algo distinto, entonces es obvio que la comunicación cesa. Si ustedes están preocupados por algún miedo particular y toda su atención se enfoca en ese miedo, entonces la comunicación verbal entre ustedes y quien les habla también termina. Para comunicarnos verbalmente tiene que existir una calidad de atención en la cual haya interés en la cual haya intensidad, urgencia por comprender esta cuestión del miedo.
Más importante que la comunicación es la comunión. La comunicación es verbal, y la comunión no lo es. Dos personas que se conozcan muy bien pueden, sin pronunciar palabra alguna, comprenderse completamente, inmediatamente, porque han establecido cierta forma de comunicación entre ellos. Cuando encaramos una cuestión tan complicada como el miedo tiene que haber comunión tanto como comunicación verbal, ambas tienen que marchar unidas todo el tiempo o de lo contrario no estaremos trabajando juntos. Habiendo dicho todo esto -era necesario hacerlo- consideremos la cuestión del temor.
No es que tengamos que estar libres del temor. Tan pronto tratamos de liberarnos del temor, creamos resistencia contra él. La resistencia, en cualquier forma, no termina con el temor siempre estará allí, aun cuando tratemos de escapar de él resistirlo, controlarlo, etcétera. El controlarlo, el huir, el reprimirlo, son todas formas de resistencia, y el temor continúa aun cuando desarrollemos mayor fuerza para resistirlo. No estamos, pues, hablando de estar libres del temor. Estar libres de algo no es libertad. Comprendan esto, por favor, porque al examinar este problema, si han puesto toda su atención en lo que se ha estado diciendo, deben abandonar este recinto sin ningún sentimiento de miedo. Eso es lo único que importa, y no lo que dice o no dice el que les habla, o si ustedes están o no de acuerdo; lo que importa es terminar psicológicamente con el temor, de manera absoluta, en lo más íntimo de nuestro ser.
Por lo tanto, no es que uno tenga que estar libre del temor o tenga que resistirlo, sino que debe comprender toda la naturaleza y estructura del temor, comprenderlo. Eso implica aprender acerca de él, observarlo, y entrar en contacto directo con él. Hemos de aprender acerca del temor, y no cómo escapar de él, ni cómo resistirlo mediante el valor, etcétera Tenemos que aprender. ¿Qué significa esa palabra “aprender”? Seguramente que no es acumular conocimientos acerca del temor. Sería más bien inútil examinar el asunto a menos que comprendamos esto completamente. Pensamos que aprender implica la acumulación de conocimientos acerca de algo. Si deseamos aprender italiano, es necesario acumular palabras y su significado, la gramática y cómo combinar oraciones, etcétera, y habiendo acumulado conocimientos, entonces uno puede hablar ese idioma en particular. Esto es, hay acumulación de conocimientos y luego acción; el tiempo está involucrado en ello. Ahora bien, esa acumulación no es aprender. El verdadero aprender está siempre en el presente activo, y no es el resultado de haber acumulado conocimientos; el aprender es una acción que siempre está en el presente. La mayoría estamos acostumbrados a la idea de acumular ante todo conocimientos, información, experiencia, y a actuar partiendo de ahí. Nosotros estamos diciendo algo enteramente distinto. El conocimiento está siempre en el pasado, y cuando actuamos, el pasado determina esa acción. Decimos que el aprender está en la acción misma, y que, por lo tanto, nunca hay acumulación de conocimiento.
El aprender acerca del temor está en el presente y es algo fresco. Si afronto el miedo con el conocimiento del pasado, con recuerdos y asociaciones del pasado, no me encuentro cara a cara con el miedo y, por lo tanto, no aprendo acerca de él. Puedo hacer eso únicamente si mi mente es fresca, nueva. Y ésa es nuestra dificultad porque siempre abordamos el miedo con todas las asociaciones, recuerdos, incidentes y experiencias que nos impiden mirarlo y aprender sobre él en forma nueva.
Existen muchos temores -temor a la muerte, a la oscuridad, a perder el empleo, al marido o a la esposa, temor a la inseguridad, a la soledad, a no lograr algo, a no ser amado, a no ser un éxito. ¿No son estos diversos temores la expresión de un temor básico? Entonces uno se pregunta: “¿Vamos a tratar con un temor en particular, o estamos tratando con el hecho del temor mismo?”
Deseamos comprender la naturaleza del temor, y no cómo éste se expresa en una dirección determinada. Si podemos encarar el hecho básico del temor, entonces podremos resolver o hacer algo respecto de un miedo en particular. Por lo tanto, no tomen su miedo particular para decir: “tengo que resolver esto”, sino comprendan la naturaleza y estructura del temor; entonces sabrán qué hacer con ese miedo en particular.
Vean la importancia de que la mente se halle en un estado en el cual no haya miedo alguno, porque donde hay miedo hay oscuridad, y la mente se embota; entonces busca varios escapes, estímulo mediante el entretenimiento -no importa que se entretenga en la iglesia o en el campo de fútbol o con la radio. Una mente así tiene miedo, es incapaz de ver con claridad y no sabe qué significa amar; puede que conozca el placer, pero seguramente no sabe lo que significa amar. El miedo destruye y afea la mente.
Hay temor físico y temor psicológico. Existe el miedo físico al peligro, como encontrarse con una serpiente o frente a un precipicio. Ese temor, el miedo físico de enfrentarse al peligro ¿no es inteligencia? Allí hay un precipicio; lo veo y reacciono inmediatamente, no me acerco. Bien, ¿no es ese miedo, la inteligencia que me dice: “ten cuidado, hay peligro”? Esa inteligencia se ha acumulado con el tiempo, otros han caído, o mi madre o mi amigo me han dicho: “ten cuidado con ese precipicio”. De manera que en esa expresión física del temor están el recuerdo y la inteligencia funcionando simultáneamente. Existe además el temor psicológico al miedo físico que hemos experimentado, el de haber sufrido una enfermedad que nos causó mucho dolor. Habiendo experimentado dolor, que es un fenómeno puramente físico, no deseamos que se repita, y tenemos el miedo psicológico a ese dolor aun cuando ha cesado de ser real. Bien, ¿puede ese miedo psicológico ser comprendido de manera que no vuelva a surgir en absoluto? He tenido dolor -la mayoría lo hemos sufrido- lo tuve la semana pasada o hace un año. El dolor era desesperante, y no quiero que se repita y temo que pueda volver. ¿Qué ha ocurrido? Escuchen esto cuidadosamente, por favor. Existe el recuerdo de ese dolor, y el pensamiento dice: “no dejes que se repita, ten cuidado”. Pensar acerca del pasado dolor provoca el miedo de que se repita, y el pensamiento atrae el miedo sobre sí mismo. Esa es una forma particular de miedo, o sea, el miedo a que la enfermedad se repita con su dolor.
Existen todos los diversos miedos psicológicos que se derivan del pensamiento: el miedo a lo que pueda decir el vecino miedo de no ser altamente distinguido y respetable, miedo de no acatar la moralidad social -que es inmoralidad-, miedo de perder el empleo, miedo a la soledad, miedo a la ansiedad (que es miedo en sí mismo), etcétera, siendo todo ello el producto de una vida basada en el pensamiento.
No sólo existen los temores conscientes, sino también los hondos y ocultos temores en la psiquis, en las capas más profundas de la mente. Podemos enfrentarnos a los temores conscientes, pero es mucho más difícil hacerlo con los temores secretos y profundos. ¿Cómo puede uno hacer que esos temores profundos, inconscientes, ocultos, salgan a la superficie y queden al descubierto? ¿Puede hacerlo la mente consciente? ¿Puede la mente consciente, con su pensamiento activo, descubrir lo inconsciente, lo oculto? (No estamos usando la palabra “inconsciente”" en forma técnica; únicamente en el sentido de no estar consciente o no conocer los niveles ocultos, eso es todo). ¿Puede la mente consciente, la que está entrenada con el fin de ajustarse para sobrevivir, para continuar con las cosas como están -ustedes saben lo tramposa que es esta mente consciente- puede esa mente consciente descubrir todo el contenido de lo inconsciente? No creo que pueda hacerlo. Puede que descubra una capa y la interprete de acuerdo con su condicionamiento. Pero esa interpretación misma conforme a su condicionamiento perjudicará más adelante a la mente consciente, de manera que estará aún menos capacitada para examinar por completo la subsiguiente capa.
Vemos que el mero esfuerzo consciente para examinar el contenido más profundo de la psiquis se torna en extremo difícil a menos que la mente superficial esté por completo libre de todo condicionamiento, de todo prejuicio, de todo temor -de lo contrario, ella es incapaz de ver. Uno ve que eso es extremadamente difícil y quizá totalmente imposible. Por lo tanto, uno se pregunta: ¿hay alguna otra manera que sea del todo diferente?
¿Puede la mente liberarse del temor mediante el análisis, el autoanálisis o el análisis profesional? En eso hay envuelto algo más. Cuando me analizo y me miro, capa tras capa, examino, juzgo, evalúo; digo: “esto es correcto”, “esto es incorrecto”, “esto lo conservaré”, “esto lo desecharé”. Cuando me analizo, ¿soy diferente de la cosa que analizo? Tengo que contestar a esto por mí mismo y ver la verdad al respecto. ¿Es el analizador diferente da la cosa que analiza, digamos los celos? No es diferente, él es esos celos, y trata de separarse de los celos como la entidad que dice: “Voy a observar los celos, deshacerme de ellos, o estar en contacto con ellos”. Pero los celos y el analizador son parte el uno del otro.
En el proceso del análisis está involucrado el tiempo, es decir: necesito muchos días o muchos años para analizarme. Al final de muchos años todavía tengo miedo. Por lo tanto, el análisis no es el camino. El análisis implica mucho tiempo y cuando la casa está quemándose, uno no se sienta a analizar, ni visita a un profesional para decirle: “dígame algo sobre mí mismo, por favor”. Uno tiene que actuar. El análisis es una forma de escape, de pereza e ineficiencia. (Puede estar bien que un neurótico vaya a un analista, pero aun entonces no terminará completamente con la neurosis. Pero, ésa es otra cuestión).
La solución no es el análisis del inconsciente por el consciente. La mente ha visto eso y se dice: “no analizaré más porque veo la inutilidad de hacerlo”; “no resistiré más el miedo”. ¿Se dan cuenta de lo que le ha ocurrido a la mente? Cuando ha descartado el método tradicional del análisis, la resistencia, el tiempo, ¿qué le ha sucedido entonces a la mente misma? Ella se ha vuelto extraordinariamente aguda. Por la necesidad de observarse, se ha vuelto extraordinariamente intensa, aguda, viva. La mente se pregunta si hay alguna otra manera de encarar este problema de descubrir todo su contenido: el pasado, la herencia racial, la familia, el peso de la tradición cultural y religiosa, el producto de dos mil o diez mil años. ¿Puede la mente estar libre de todo eso, puede descartarlo por completo y, por lo tanto, deshacerse de todo temor?
Tenemos pues este problema, problema que una mente aguda -la mente que ha desechado toda forma de análisis que necesariamente toma tiempo y para la cual no existe el mañana- tiene que resolver completamente y ahora. Por lo tanto no existe ideal alguno; no es cuestión de un futuro que diga: “estaré libre de ello”. De modo que la mente está ahora en un estado de completa atención. Ha dejado de escapar y ya no inventa el tiempo como una manera de resolver el problema; ha dejado de analizar o de resistir. La mente misma tiene entonces una cualidad enteramente nueva.
Los psicólogos dicen que debemos soñar o, de lo contrario, nos volveremos locos. Me pregunto: “¿por qué debo soñar de manera alguna?” ¿Hay un modo de vivir que no requiera soñar en absoluto? Porque si uno no sueña del todo entonces la mente descansa de veras. La mente ha estado activa todo el día, observando, escuchando, inquiriendo, mirando la belleza de una nube, el rostro de una persona atractiva, el agua, el movimiento de la vida, todo. Ha estado observando y observando, y cuando duerme debe tener completo descanso; de lo contrario, al despertar en la mañana siguiente está cansada y es todavía vieja.
Uno se pregunta entonces si hay alguna manera de no soñar en absoluto, de modo que durante el sueño la mente disfrute de completo descanso y llegue a dar con cualidades que no pueden aparecer durante las horas de vigilia. Es un hecho, y no una suposición, teoría, invención o esperanza, que eso es posible sólo cuando uno está completamente despierto durante el día, observando toda actividad del pensamiento, del sentir; despierto a cada motivación, a cada sugestión, a cada insinuación de lo que está muy adentro, profundamente; despierto cuando charla, cuando camina, cuando escucha a alguien, cuando observa su ambición, sus celos, cuando observa su respuesta a la “gloria de Francia”, cuando lee un libro que dice: “sus creencias religiosas son tonterías”; cuando observa para ver lo que está implicado en la creencia.
Estén completamente despiertos durante las horas de vigilia, cuando están sentados en un autobús, cuando hablan con la esposa, con los hijos, con el amigo, cuando fuman -por qué fuman-, cuando leen una novela policial -por qué leen eso-, cuando van al cine -por qué-, ¿por la excitación, por el sexo? Cuando vean un árbol bello o el movimiento de una nube en el cielo, estén completamente atentos a lo que ocurre dentro y fuera de ustedes mismos, y entonces verán que cuando duermen no sueñan, y que cuando despiertan a la mañana siguiente, la mente está fresca, intensa y viva.
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