Un aspecto que muy poco se menciona cuando se investigan las propiedades de los alimentos que nos brinda la naturaleza, está relacionado con ese inagotable y maravilloso ingrediente de la energía fotónica que se condensa en el cuerpo de las frutas, después de haber permanecido expuestas al influjo solar durante su etapa de formación y crecimiento.
Es justamente ese radiante y terapéutico destello que nos llega del sol, el que posibilita en las plantas esa maravillosa síntesis de todas las vitaminas, minerales, proteínas,aminoácidos, enzimas, azúcares, fitonutrientes, neurotransmisores y toda suerte de agentes portadores de salud y bienestar. En ese proceso interviene la apreciada y muy difundida clorofila, pigmento verde que actúa como intermediario entre el destello solar y la fotosíntesis creadora de sustancias nutritivas y protectoras. La energía fotónica le imprime a las frutas ese soplo vital que las hace tan saludables para el organismo humano y muy especialmente para su metabolismo energético.
Esa energía lumínica penetrando todo el día en el alma de cada especie frutal, constituye la principal fuente de bienestar para todos los seres vivos que se nutren con su pulpa. Es a través de la fotosíntesis que ese venero luminoso se convierte en distintas sustancias, todas ellas colmadas de matizados colores y bondadosas propiedades. Sin duda alguna la verde clorofila es la sustancia en la que más se patentiza esta transición de la energía lumínica en energía química, y tal vez por eso se encuentra tan diseminada a lo largo y ancho del planeta.
No obstante que las frutas ostentan la excelencia de conformar el alimento más perfecto que existe en la naturaleza, toda vez que no necesitan ser sometidas a un proceso de cocción en el cual se degrada el magnesio, cambiando la viva tonalidad de la clorofila hacia un verde oliva, tal como ocurre cuando se someten a cocción las verduras. Es frecuente observar cómo algunas personas acostumbran preservar ese color, adicionando bicarbonato de sodio, sin saber que ello destruye la tiamina. Por eso las frutas son perfectas… Ellas le entregan a las células del cuerpo todo el mensaje solar sin ningún tipo de alteración, gracias a la mediación de la venerable clorofila, la cual actúa como una verdadera celda receptora, encargada de recibir y transformar el majestuoso venero lumínico en fuente de vitalidad.
Evidentemente, el radiante mensaje solar ingresa a nuestro organismo por amable conducto de los alimentos naturales y en este caso de las frutas, hospederas incansables de esa energía que les llega en forma de biofotones o partículas lumínicas, portadoras de una carga vibracional que promueve la buena salud en todas las células de nuestro cuerpo.
El veterano sol cuyo origen se remonta a más de 5.000 millones de años, sigue danzando en el espacio infinito con su séquito de planetas menores, a los que alimenta sin tregua con su prodigioso espectro cromático. A la manera de una gigantesca central atómica, nuestro sol convierte el hidrógeno en helio para producir una temperatura cercana a los 6.000 grados centígrados en su superficie, en tanto que su candente núcleo alcanza la increíble cifra de 15 millones de grados centígrados, temperatura que le otorga su majestuosidad dentro de nuestro sistema planetario, siempre dispuesto a emitir ingentes millones de fotones en forma permanente.
El fotón es la partícula más pequeña de energía electromagnética y no cabe duda que cada uno de estos diminutos corpúsculos representa una micrométrica reproducción a escala de nuestro astro rey. Así se manifiesta la unidad que caracteriza a la energía universal. En cada fotón está consignada la historia terrena, así como la de los astros vecinos con los cuales conformamos nuestro sistema planetario. Por eso los fotones son los emisarios de la vida y de toda la alquímica Obra Creadora. Cuando las frutas reciben su milagroso influjo, de hecho actúan como antenas receptoras de esa energía divinal y a través de la fotosíntesis, ellas adquieren todo su realismo cromático, al promover ese verde tan apacible y equilibrado que nos exhibe la clorofila, ese depurativo azul con el que se viste la ficocianina y ese regio espectro de rojos, naranjas y amarillos con los cuales nos saludan los depurativos flavonoides y los restauradores carotenoides.
Tales partículas lumínicas que nos llegan en forma permanente durante el día, ya han sido objeto de rigurosas mediciones, las cuales han permitido establecer unos rangos que medidos en la forma de vibraciones, van a determinar los diferentes estados y comportamientos en la salud. Fue el propio Alfred Bovis en el siglo pasado, quien concibió el biómetro que lleva su nombre, compuesto en esencia por una escala capaz de medir resonancias entre 0 y 10.000 U.B. (Unidades Bovis). Cabe decir que las U.B., tienen el mismo valor y significado que las U.A. (Unidades Angstrom).
Ese curioso biómetro fue perfeccionado posteriormente por el ingeniero A. Simoneton, quien al padecer de una severa tuberculosis, logró curarse sometiendo a medición muchos alimentos, para escoger y consumir entre ellos, solamente los que mostraban una vibración alta. Alfred Bovis también se propuso testar a muchas personas y, con base en la información acopiada, pudo establecer que el cuerpo logra sanarse cuando vibra en un rango de 6.500 a 8.000 U.B.
De igual manera pudo evidenciar que una persona enferma de cáncer, vibra entre 4.000 y 4.500 U.B. y una persona próxima a la muerte vibra sobre las 1.000 U.B. De este modo, las frecuencias consideradas altas son las que en su mayor parte se derivan de una adecuada asimilación de la energía fotónica y por consiguiente resultan asociadas con estados óptimos en la salud, en tanto que las frecuencias bajas son presagio de enfermedad y muerte. Asimismo pudo establecer que en estas frecuencias de baja oscilación es donde más se genera un ambiente ideal para el desarrollo de virus y bacterias indeseables.
Cada alimento que ingerimos conlleva desde luego su frecuencia particular y puede decirse con certeza que los de mayor valor lumínico y más alta vibración, corresponden a todos aquellos alimentos en estado natural y que han recibido en forma abundante el influjo solar. Tales alimentos resultan entonces los más saludables y los de mayor valor biológico. Las frutas y las verduras resuenan en frecuencias superiores a los 8.000 U.B., en tanto que todos aquellos alimentos procesados con insumos artificiales y sometidos muchas veces a rigurosos procedimientos de cocción o refinación, resultan por lo general, alimentos de baja frecuencia o nutricionalmente pobres en su valor energético y por consiguiente, promotores a la postre de muchas enfermedades. Así pues, independientemente del gusto que nos produzca su sabor, una carne frita está muy lejos de asemejarse a una naranja en su aporte vibracional. Cuando una persona en su sistema nutricional frecuenta los alimentos de baja frecuencia, más temprano que tarde la enfermedad visitará el templo de su cuerpo. En contraste, aquellas personas que se han comprometido con una sana y selectiva actitud en sus hábitos alimenticios, siempre tendrán el privilegio de poseer una salud envidiable.
Justamente ese es el legado que nos traen las frutas como mensajeras del astro rey. Desde que el sol asoma en cada mañana, ellas lo saludan con renovada gratitud, porque al recibir su rayo benefactor, se convierten en depositarias de esa universal vitalidad. Todo el día las frutas permanecen recibiendo la lumínica bendición, para brindarla luego a todos los seres vivos que se nutren con su bondadosa pulpa. Basta ver la inagotable energía de un pájaro en el huerto, revoloteando todo el día entre los árboles y deteniéndose solamente para sumergir su pico en la aromática guayaba, el sugestivo mango o el apetecible banano, al tiempo que entona reiteradamente con su trino ese amor por el paisaje, mientras expresa incansablemente con su vuelo, esa danza fervorosa por la vida.
Por causa de su dieta frugívora, las aves tienen muy desarrollada la glándula pineal y eso justamente es lo que hace la energía solar en los humanos, permitiéndoles avanzar hacia estados de supremo bienestar, así como hacia niveles superiores de conciencia, circunstancia que cobra especial interés en nuestros días, pues actualmente atravesamos por un fenómeno de especial significación estelar, toda vez que nuestro sistema solar se apresta para ingresar a la galaxia, suceso que comenzará en diciembre del año 2012, y lo hará por una puerta muy especial: el gran anillo fotónico que en el espacio proyecta el padre de nuestro sol, es decir, el sol de la galaxia conocido con el nombre de Alción.
Esa es la gran noticia que hoy ocupa la atención de los terrícolas y por la cual se ha creado tanta expectativa en torno de los acontecimientos que acompañarán a esta transición hacia una nueva instancia de intensa radiación estelar. El ingreso de nuestro sistema solar a ese anillo fotónico, marcará el inicio a una nueva dimensión de la existencia, una nueva era de gran ascenso dentro de nuestro proceso evolutivo. Hoy sabemos que Alción es el rector de las pléyades, un conjunto de sistemas solares, dentro de los cuales el nuestro está próximo a ocupar el sétimo lugar, una vez se produzca el ingreso al anillo fotónico. También sabemos que nuestro sol con todos sus planetas, abraza a su padre Alción, al circundarlo en una órbita que dura 26.000 años.
En razón al comportamiento cíclico del Universo, nuestro sistema solar repite su ingreso al anillo fotónico cada 11.000 años, siendo justamente este el tiempo que dura cada Era. La travesía por el anillo fotónico tiene una duración de 2.000 años, que al decir de muchos, estarán acompañados de una constante luminosidad.
Todo parece indicar que esa poderosa radiación a la que se verá sometido nuestro sistema solar, si bien es cierto que puede llegar a producir marcados cambios en la geografía y la meteorología de nuestro planeta, también parece que podría tener un efecto muy palmario en el ordenamiento del ADN que gobierna la vida en la Tierra y concomitantemente con ello, un cambio en toda la concepción de la existencia y de nuestros valores convencionales. Al parecer, todo en el ser humano se verá modificado en esta nueva etapa de nuestra evolución y seguramente nuestra tecnología actual ingresará a un estado de completa obsolescencia.
El hombre ya no será lo mismo, pues en esta nueva etapa evolutiva podrá evidenciar ostensibles cambios en su cuerpo, en sus emociones, en su comportamiento, en su capacidad mental y en su fortaleza espiritual. Así concluimos esta era de Piscis para ingresar a la nueva era de Acuario, con una porfiada expectativa de poder ascender hacia niveles superiores de integración con el universo. Por eso al sol no podemos mirarlo solamente como una masa de luz, energía y calor, sino que, más allá de eso, nuestra fulgurante estrella es todo un venero de conciencia cósmica y una intermediaria entre los hombres y el supremo artífice de todo lo creado.
Esto que parece tan insólito y hasta risible para algunos, sin lugar a duda es el diáfano mensaje que nos viene del espacio estelar a través de la energía lumínica de los fotones, esa misma que tan copiosamente se encuentra condensada en los frutos de la tierra, en esas portentosas tajadas de mango, de piña y de papaya o en ese exquisito jugo de guayaba, de lulo, de guanábana o de mora, sustancias emisarias de esa legendaria sabiduría universal y portadoras celestiales de salud y bienestar.
Extraído del libro:
“Frutas milagrosas”
Autor: Mauricio Bernal Restrepo
Pág. 163 a 168
“Frutas milagrosas”
Autor: Mauricio Bernal Restrepo
Pág. 163 a 168
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